Dialéctica y liberación: perspectivas desde el budismo y el marxismo

 

Breht O'Shea

 

Charla ofrecida durante un encuentro organizado por el grupo Zen Devils, en la Universidad Estatal de Arizona. Transcrita y traducida desde el podcast Dialectics & Liberation: Insights from Buddhism and Marxism, publicado en RevLeft.

 

Hola a todos y muchas gracias por venir hoy. Me llamo Brett O'Shea, y es un verdadero placer y un sincero honor haber sido invitado a la ASU para hablar sobre dos tradiciones históricas mundiales que no solo me han fascinado desde hace mucho tiempo, sino que han sido fundamentales para moldear mi identidad y mi visión del mundo. Estas tradiciones, de las que hablaremos hoy, son, por supuesto, la tradición social, política y económica secular del marxismo y la tradición psicológica, espiritual e incluso existencial milenaria del budismo.

A primera vista, estas dos tradiciones parecen ser mundos aparte, como si estuvieran fundamentalmente centradas en dos ámbitos totalmente distintos del conocimiento y la experiencia humana. Incluso han estado, en algunas ocasiones históricas, enfrentadas entre sí, como en las tensiones entre comunistas chinos y budistas tibetanos, o cuando los practicantes zen japoneses se convirtieron en kamikazes, aliados de la Alemania nazi contra la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial.

Pero creo que cuando empecemos a profundizar en la historia reciente y exploremos los trasfondos de las distinciones culturales y los campos académicos de estudio separados, podremos hallar coincidencias filosóficas y una profunda sinergia entre estas dos tradiciones.

Ahora, permítanme explicarles lo que pretendo lograr con esta charla.

 

En la primera parte, pretendo resumir brevemente las ideas y objetivos básicos del budismo y el marxismo para brindarles una comprensión inicial de ambas tradiciones y sus orientaciones.

En la segunda parte, quiero explorar cómo estas perspectivas filosóficas aparentemente tan diferentes, el marxismo y el budismo, se superponen y encajan entre sí de formas sorprendentes y muy profundas. Me centraré principalmente en el marco filosófico del materialismo dialéctico y en cómo el concepto budista de los tres venenos puede ayudar a esclarecer los problemas que encontramos en las instituciones capitalistas.

En la tercera parte, tras destacar las similitudes entre ambas perspectivas, abordaré algunas de sus diferencias, intentando explicar lo que el budismo puede ofrecer al marxismo, así como lo que el marxismo podría ofrecer al budismo.

Por último, en el capítulo final, presentaré el arquetipo de lo que llamo el bodhisattva revolucionario, en un intento por mostrar cómo, al encarnar este arquetipo, podemos trabajar hacia la verdadera liberación mediante la transformación interior y exterior.

Dicho esto, pasemos a la primera parte: los fundamentos del budismo y el marxismo.

1. Tanto el budismo como el marxismo buscan la liberación


 

Pienso que la liberación es un excelente punto de partida para explorar estas tradiciones, ya que ambas apuntan, quizás de maneras muy diferentes, a una forma de liberación.

Comencemos con el marxismo. El marxismo es, por supuesto, una tradición que se remonta a la obra de Karl Marx y Friedrich Engels, quienes vivieron en Europa durante la Revolución Industrial y desarrollaron:

Juntos, desarrollaron el materialismo histórico: un análisis científico de la historia y la sociedad, y de su evolución a lo largo del tiempo, según el cual las instituciones e ideologías dominantes de una sociedad son consecuencia de su actividad económica. Mientras que su actividad económica -el modo como los seres humanos producen y reproducen sus necesidades básicas- es el eje principal de la organización social, influyendo o determinando directamente las demás estructuras de la sociedad.

Marx y Engels rastrearon el desarrollo humano desde las formas antiguas y tribales de lo que denominaron comunismo primitivo, pasando por las primeras sociedades esclavistas, el feudalismo y el capitalismo, para ilustrar cómo la forma en que estas sociedades producían las necesidades básicas y se dividían en castas o clases creaba contradicciones que generaban un conflicto entre clases, creando así las condiciones para que ese modo de producción fuera superado y reemplazado otro más avanzado, apareciendo un conjunto de nuevas relaciones sociales que, a su vez, generaban nuevas contradicciones, las que, a su vez, creaban las condiciones para su posterior reemplazo.

Además de este materialismo histórico, Marx y Engels comenzaron a desarrollar lo que hoy es el marco filosófico marxista: el materialismo dialéctico. El materialismo dialéctico proporciona la estructura para reflexionar sobre el materialismo histórico, generar análisis sociales y diseñar estrategias para movimientos y organizaciones dedicados a la superación del modo de producción actual, es decir, el capitalismo.

En pocas palabras, el materialismo histórico es el aspecto científico del marxismo, y el materialismo dialéctico es su marco filosófico.

El socialismo, según el marxismo, es lo que llamaríamos el período de transición entre el capitalismo y el comunismo, que es el objetivo final del marxismo: una sociedad sin Estado, sin clases y sin dinero, donde los seres humanos ya no estén estratificados en castas ni jerarquías de clase. Así como la transición del feudalismo al capitalismo se suele denominar mercantilismo -un forma social con características tanto del antiguo feudalismo como del capitalismo emergente-, el socialismo es la transición del capitalismo al comunismo, con características tanto del antiguo capitalismo como del nuevo comunismo.

En resumen, el marxismo es:

El marxismo busca liberar a la humanidad de la explotación, la desigualdad, la irracionalidad absoluta y las brutales injusticias del capitalismo.

El budismo, por otro lado, busca un tipo de liberación totalmente diferente: el nirvana, es decir, la liberación respecto del ciclo de nacimiento, muerte y renacimiento conocido como samsara.

El budismo es una tradición que se remonta a 2.500 años atrás, a la vida y las enseñanzas de un antiguo príncipe hindú convertido en buscador espiritual y asceta. Tras pasar años refugiado en su palacio, al conocer los sufrimientos del mundo (enfermedad, vejez y muerte), abandonó a su familia y la vida de lujo para ir en busca de verdades más profundas sobre la naturaleza de la realidad, el sufrimiento y la mente humana. Tras pasar años vagando, ayunando, meditando y tomando parte en todo tipo de prácticas espirituales -para finalmente hartarse de todas ellas-, la historia cuenta que se sentó bajo un árbol Bodhi y se negó a levantarse hasta conocer la verdadera naturaleza de la mente. Día tras día permaneció allí sentado, luchando contra su propia mente, hasta superar todas las formas de conflicto, sufrimiento y tentación, una tras otra, y finalmente alcanzar lo que hoy llamamos iluminación, convirtiéndose así en el despierto, o Buda.

Tras su despertar, pasó los siguientes 40 años, antes de morir, recorriendo el subcontinente indio, para ofrecer sus enseñanzas a todo el que estuviera interesado. Consiguió una gran cantidad de seguidores y, tras su muerte, generó una nueva religión, camino espiritual y filosofía de alcance mundial. Esta religión-filosofía, conocida como budismo, emigraría de la India al resto de Asia, transformándose, evolucionando y mezclándose con las culturas de diferentes sociedades, dando lugar finalmente a las hermosas tradiciones y diversas escuelas del budismo. Sin embargo, pese a sus múltiples adaptaciones, la esencia del budismo gira en torno a las Cuatro Nobles Verdades:

El Óctuple Sendero es un conjunto de ocho prácticas, tanto éticas como meditativas, que, realizadas de forma correcta y constante, conducen a la iluminación.

Además, el budismo destaca las Tres Marcas de la Existencia:

El budismo sostiene que los seres humanos nos engañamos con respecto a estas tres cualidades intrínsecas de nuestra existencia, ya que intentamos protegernos de innumerables maneras para así escapar de ellas, pero estos intentos solo generan más sufrimiento.

A través de la práctica de la meditación en particular y del Óctuple Sendero en general, podemos llegar a ver la omnipresencia de estas tres marcas de la existencia con mayor claridad y liberarnos del inmenso sufrimiento que nos creamos al negarlas o huir de ellas.

En resumen, el budismo busca liberar a los seres humanos del sufrimiento innecesario que surge inevitable e inexorablemente de nuestro deseo constante, nuestros delirios del ego y nuestro apego desesperado a cosas que, por su propia naturaleza, cambian y se disuelven.

Nos la pasamos hablando con nosotros mismos. Siempre nos aferramos al placer e intentamos alejar el dolor. Persistentemente tenemos la sensación de no estar del todo satisfechos, de nos estar nunca del todo completos. Y así, pasamos toda nuestra vida mirando hacia el futuro o hacia el pasado, buscando algo externo que finalmente nos haga felices y nos haga sentir plenos, e intentando protegernos de todo el dolor, la tragedia y la desesperación de nuestras vidas, reforzando nuestros mecanismos de defensa psicológicos y nuestra sensación de separación.

Siempre nos alejamos del momento presente -de lo que es aquí y ahora-, anticipando lo que vendrá o sintiendo nostalgia por lo que una vez tuvimos. Somos un desastre, y el mundo es un desastre porque somos un desastre.

El budismo busca liberarnos de nuestros engaños, de nuestro sufrimiento autoinfligido, de nuestro apego y ansia desesperados, y de la idea errónea de que estamos ubicados en algún lugar detrás de los ojos y entre las orejas, mirando a un mundo que no somos nosotros y actuando como pequeños comentaristas temblorosos de nuestras propias vidas.

Liberarnos de todo esto significa sentirnos completamente en casa en el mundo, ser el cosmos que miramos como si estuviera fuera de nosotros, no aferrarnos a los placeres ni huir del dolor, sino vivir el presente con profunda ecuanimidad y aceptar la vida y la muerte tal como vienen, con amor, compasión y alegría en el corazón.

Ahora vemos, en esencia, de qué tratan estas dos tradiciones, y cómo cada una se ocupa de un cierto tipo de liberación respecto de ciertas formas de sufrimiento. Esto nos deja bien preparados para la segunda parte: las interesantes maneras en que estas tradiciones, aparentemente tan diferentes, se superponen.

2. Dialéctica y transformación


 

Sostengo -y defenderé a lo largo de esta sección- que el marco filosófico del materialismo dialéctico, fundado y desarrollado dentro de la tradición marxista y resumido anteriormente, se superpone de manera profunda con los conceptos budistas fundamentales y con la cosmovisión budista en general.

Tras explorar la dialéctica, me dedicaré a investigar los tres venenos descritos por el budismo, para intentar mostrar cómo estos venenos de la mente individual se manifiestan en las instituciones y estructuras sociales capitalistas, que a su vez crean y exacerban un tremendo sufrimiento para todos los seres sintientes como nosotros.

Para empezar, permítanme recordarles qué es el materialismo dialéctico, ya que puede ser un concepto difícil de comprender, especialmente para quienes lo desconocen.

Lo primero que hay que decir es que el marxismo no es una doctrina muerta. No es un dogma, y ​​sus conceptos fundamentales se revisan constantemente generación tras generación. En este sentido, es científico, es decir, no dogmático, y es experimental, estando abierto a nuevas evidencias y en constante evolución, impulsado por movimientos reales, revoluciones experimentales y los datos empíricos que éstas generan.

El marxismo no es lo que Marx pensaba. El marxismo es una tradición en constante evolución que Marx y Engels inauguraron con su obra, pero que posteriormente fue desarrollada por sucesivas generaciones de pensadores y revolucionarios marxistas. Incluso conceptos marxistas tan fundamentales como el de materialismo dialéctico también son objeto de debates, interpretaciones divergentes y una evolución propia.

El marco filosófico del materialismo dialéctico surgió inicialmente del estudio de Marx sobre Hegel, para luego ser retomado por Engels, quien lo llevó hacia nuevas direcciones, y más tarde actualizado y revisado por figuras como Lenin y Mao, llegando finalmente hasta nosotros.

Sin entrar en los matices y complejidades de estas diferentes interpretaciones -lo cual nos llevaría demasiado lejos-, permítanme centrarme en los fundamentos de la dialéctica.

Una aproximación dialéctica al mundo es aquella que comprende que:

Frederick Engels argumentó que existían al menos tres leyes básicas de la dialéctica:

Ahora bien, esto es ciertamente bastante complejo y puede resultar muy confuso para quienes se inician en el tema de la dialéctica. Para comprenderlo mejor, permítanme usar una analogía con la evolución darwiniana, que ayudará a comprender mejor estos conceptos.

La evolución por selección natural es un gran ejemplo de materialismo dialéctico. Ante todo, demuestra que toda la vida en la Tierra se encuentra en constante evolución y desarrollo, a diferencia, por ejemplo, de los creacionistas, quienes creen que Dios creó a todos los animales y plantas tal como son actualmente y los puso aquí en la Tierra. Los biólogos evolucionistas saben que esto no es cierto.

En realidad, las formas de vida evolucionan y se desarrollan en profunda relación con su entorno circundante, y se transforman constantemente por selección natural, a través de su relación con todo lo que hay en su ecosistema. Así pues, ya podemos ver una dialéctica básica en juego:

Los pingüinos que pierden su capacidad de volar, la capacidad de un abejorro de ver la luz ultravioleta, los humanos que desarrollan el lenguaje, la capacidad de un murciélago para la ecolocalización, la increíble velocidad de las gacelas y los guepardos, todos son producto de contradicciones entre el organismo y su entorno circundante.

Ampliando la analogía, podemos ver cómo, por ejemplo, pequeños cambios cuantitativos en un organismo a lo largo del tiempo, como mutaciones genéticas y diversas adaptaciones, se acumulan para crear un cambio cualitativo.

Por ejemplo, los osos polares y los osos pardos (lo que solemos llamar osos grizzly) comparten un ancestro común. Los científicos creen que en algún momento, ya sea por los viajes de los osos pardos al extremo norte o por períodos de glaciación, una misma especie de oso se bifurcó: unos se dirigieron más al norte y otros se quedaron o se fueron al sur, hacia climas más cálidos.

La contradicción entre estos osos pardos del extremo norte y el entorno brutalmente frío y de una blancura cegadora en el que se encontraban generó, durante largos períodos de tiempo, las mutaciones y adaptaciones (es decir, cambios cuantitativos) que finalmente derivaron en cambios cualitativos, separando a esa especie originaria en las dos especies distintas que conocemos hoy.

La cuestión es que somos capaces de comprender el salto desde el cambio cuantitativo (pequeñas mutaciones y adaptaciones que se acumulan con el tiempo) hasta el cambio cualitativo (en este caso, una especie de oso completamente nueva).

El componente materialista proviene del hecho de que no necesitamos hacer referencia a ninguna causa metafísica o sobrenatural. La evolución biológica por selección natural es un proceso completamente materialista. Ocurre en el mundo natural y tiene leyes que la rigen, leyes que, mediante la investigación científica, podemos llegar a conocer y comprender.

De la misma manera, Marx y Engels argumentaron que la evolución de las sociedades humanas a lo largo del tiempo también es un proceso materialista, tiene leyes que rigen su desarrollo, y mediante la investigación científica podemos llegar a conocer esas leyes, y comprender cómo funcionan para producir los fenómenos sociales que observamos hoy.

La sociedad humana está en constante movimiento, nunca es estática. Todos sus elementos están profundamente interconectados e interactúan entre sí. El modo de producción actual, el capitalismo, es una forma de organización social superior al feudalismo, en el cual el capitalismo hunde sus raíces y del cual evolucionó. Esta evolución de las sociedades humanas a lo largo del tiempo se ve impulsada por contradicciones que son inherentes a ellas.

Hoy en día la contradicción entre la burguesía y el proletariado genera diversas formas de conflicto de clases que solo pueden resolverse trascendiendo por completo esta división. Además, como nos dice la ley de la unidad de los contrarios, la burguesía no puede existir sin el proletariado ni viceversa: son opuestos que se necesitan mutuamente, como la noche y el día o el arriba y el abajo.

Cada lucha de clases, cada intento de construir el socialismo en la era capitalista, cada persona que abraza conscientemente el socialismo y se propone ayudar a otros a aprenderlo y aplicarlo, constituye un cambio cuantitativo relativamente pequeño que se suma a otros, para finalmente crear rupturas y, por lo tanto, la posibilidad de un cambio cualitativo: la transición del capitalismo al socialismo.

Y así como el modo de producción capitalista y sus relaciones sociales tuvieron que negar la organización social del feudalismo, el socialismo -y eventualmente el comunismo- buscan negar esta negación, expropiar a los expropiadores.

Pero, lo que es más importante: la negación dialéctica -en consonancia con la idea de que las formas superiores se originan en las inferiores- no aniquila por completo aquello que vino a  reemplazar, sino que preserva los elementos de lo antiguo que aún son positivos y viables, a la vez que se deshace de todos aquellos que están agotados, desgastados y solo sirven para frenar a la humanidad.

Así pues, cabe esperar, por ejemplo, que el socialismo mantenga los aspectos del capitalismo que aún son viables, a la vez que rompe con todos aquellos que ya no lo son, cualesquiera que sean éstos para una sociedad dada, en un momento dado de la historia y con un conjunto determinado de condiciones específicas.

Aquí podemos empezar a comprender el materialismo dialéctico y cómo esta forma de pensar se diferencia de gran parte del supuesto sentido común actual.

Por ejemplo, cuando alguien dice que el capitalismo es simplemente la naturaleza humana, que así son las cosas, que Dios ordenó estas jerarquías y, por lo tanto, son justas, que se nace con un género y nunca se puede cambiar, que el socialismo ha fracasado dondequiera que se haya probado, que simplemente no funciona y nunca funcionará, o mil millones de otras trivialidades y clichés utilizados por quienes están comprometidos con el statu quo… al decir estas cosas, transmiten la idea de que la sociedad actual es estática, que responde a un orden metafísico o natural, y por lo tanto, transmiten una forma de pensar anti-dialéctica.

Se puede entender por qué quienes creen que el capitalismo es el mejor sistema, o quienes se benefician de que la sociedad se organice de esta manera, quieren que pensemos que el capitalismo llegó para quedarse. Quieren que pensemos que hemos llegado a la cima de la organización socioeconómica y que, aunque tengamos que hacer algunos ajustes, lo fundamental sigue vigente y ha llegado para quedarse. En cambio, si pensamos dialécticamente podemos entender que el capitalismo, como modo de producción, surgió de condiciones históricas y se encuentra en constante cambio, desarrollo y evolución; y que al igual que todos los modos de producción anteriores, finalmente será desplazado y superado, tal como el propio capitalismo desplazó y trascendió al feudalismo. Quien ve el capitalismo como algo históricamente contingente y efímero, es que ha comprendido el materialismo dialéctico e histórico.

Y se puede ver fácilmente por qué quienes se dedican a mantener el sistema no están interesados ​​en que la gente piense en estos términos, al igual que a los antiguos cristianos dogmáticos no les entusiasmó ver que la gente empezaba a adoptar la teoría darwinista de la evolución por selección natural. Tanto los capitalistas, que se defienden de los socialistas, como los cristianos fundamentalistas, que se defienden de los evolucionistas darwinistas, deben rechazar la comprensión dialéctica del mundo, porque pone en riesgo su relativa comodidad en el orden actual. Deben alzar la mano y gritar "¡Alto!" ante la inexorable marcha de la historia.

Bien, ahora que empezamos a comprender el materialismo dialéctico dentro de la tradición marxista, surge la pregunta: ¿cómo encaja aquí el budismo? Yo diría que los conceptos centrales del budismo son profundamente dialécticos y que la filosofía budista aplica un marco más o menos dialéctico a toda su cosmovisión. Los conceptos centrales que exploraré desde esta perspectiva son: la ausencia de yo -también conocida como vacuidad- y el origen dependiente.

Para empezar, quiero aclarar que tanto el budismo como el marxismo son filosofías de proceso, lo que significa que comprenden todos los fenómenos como procesos en lugar de cosas u objetos. El capitalismo es un proceso en constante evolución, al igual que el socialismo. El mundo natural es un proceso. El cosmos mismo es un proceso. En ambas tradiciones, tú y yo somos procesos. Nada es estático, y el cambio es la única constante.

Esto nos lleva al primer concepto del budismo: la ausencia de yo, o anatta. Cuando las personas se inician en el budismo y se topan con este concepto -sobre todo en Occidente, donde el ego lo es todo-, puede parecerles extraño, incluso aterrador. Pero, básicamente, el concepto budista de ausencia de yo, o vacío, significa simplemente que nada, incluyéndonos a nosotros mismos, tiene una esencia permanente: no existe un yo que permanezca inmutable en el centro de nuestra experiencia subjetiva.

Esta es una afirmación bastante radical, ya que la sensación de un yo o alma inmutable está profundamente arraigada en las personas, especialmente en Occidente, donde no existe ningún equivalente filosófico de la ausencia de yo. Pero ahora mismo, mientras hablo, apuesto a que sientes como si hubiera un yo dentro de ti. Seguro que a lo largo de tu vida has cambiado. Tu yo de siete años es diferente mental, emocional y físicamente del tú que está leyendo esto ahora mismo. Nadie negaría esto. Pero cuando te pregunto qué no ha cambiado en ti desde los siete años, ¿qué dirías? Bueno, sentimos como si hubiera un hilo conductor entre todas nuestras experiencias y todos los cambios en nuestras vidas, y este hilo conductor soy yo mismo mirándome a través de mis propios ojos. Claro, lo que veo en el espejo cambia constantemente, mis opiniones cambian, mis intereses cambian, mi ropa, mi coche y mi trabajo cambian, pero en realidad sentimos como si hubiera algo dentro de nosotros que nos miraba a través de los ojos de nuestro yo de siete años, de nuestro yo de quince años, y que nos sigue mirando a través de los ojos de nuestro yo actual. Esto es una ilusión.

La implacable transformación del cosmos no perdona nada, y esto te incluye a ti y a mí. Además, hablamos mentalmente todo el día, comentándonos a nosotros mismos sin parar, parloteando sobre esto o aquello, pensando sobre algo del pasado, preocupándonos por algo del futuro. Si tuvieras que sentarte en tu coche ahora mismo, totalmente solo y en silencio, ¿qué haría tu mente? Bueno, empezaría a hablar consigo misma.

De hecho, si apilara un millón de dólares en este podio y les dijera que si pueden quedárselo si consiguen sentarse en silencio y no pensar ni hablar consigo mismos durante 60 segundos seguidos, casi puedo garantizar que ninguno de ustedes lo lograría. La mente nunca se detiene, es como un mono que se balancea de árbol en árbol, balbuceando de pensamiento en pensamiento, y es este diálogo interno incesante lo que confundimos con un yo que existe por sí mismo.

La sensación de un yo real y permanente dentro de tu cráneo, mirándote a través de los ojos, es una ilusión. Es producto de un diálogo interno incesante, de un parloteo mental incesante. Cada vez que piensas sin saber que estás pensando, te identificas con él. Cada vez que te hablas a ti mismo sin ser plenamente consciente de ello, estás materializando la ilusión del yo, porque esta ilusión se produce literalmente al pensar sin saber que estás pensando.

Si a este hecho psicológico -probablemente fruto de la evolución y de nuestra capacidad para el lenguaje- le añadimos varias ideas producidas culturalmente como el Alma Eterna del cristianismo, y el dualismo cartesiano entre mente y cuerpo de la filosofía occidental, todos caemos víctimas de la enfermedad. La ilusión de un yo separado es la ilusión de que en lo profundo, detrás de nuestros ojos y entre nuestras orejas, existe un pequeño yo o alma permanente e inmutable. Decimos que tenemos un cuerpo, no que somos nuestros cuerpos: esto también proviene de la ilusión de un pequeño homúnculo tras el panel de control de nuestro cerebro, que usa el vehículo del cuerpo para moverse por el espacio, pero que está fundamentalmente separado de él.

Este tropo aparece una y otra vez en la cultura pop, en películas y series. Pienso en la criatura de Hombres de Negro, que era un extraterrestre y, al abrirle la cara, hay un extraterrestre más pequeño sentado en el panel de control de su cerebro. Esto es un dualismo cartesiano perfecto. Este pequeño y frágil yo separado se siente monstruosamente inseguro en este mundo de cambio, decadencia y muerte.

El ego, nuestra sensación de un yo separado, se esfuerza por apuntalar todo tipo de mecanismos de defensa para protegerse, para sentirse seguro. Se aferra a los placeres, huye del dolor, se preocupa por el futuro, mira fijamente al pasado, no puede comprender su propia aniquilación al llegar la muerte. Esta ilusión de un yo permanente está en la raíz de toda crisis existencial. Para algunos esta sensación de un yo separado es algo absolutamente torturante; para la mayoría de nosotros, se manifiesta como un eterno sentimiento de insuficiencia, de no estar nunca del todo satisfechos, de nunca llegar a estar completos.

Esta ilusión nos hace sufrir, y la respuesta del budismo consiste no sólo en decirnos, sino que mostrarnos prácticamente cómo podemos ver por nosotros mismos que esta sensación de un yo permanente y separado en el centro de nuestra experiencia es una ilusión, un producto de un diálogo interno incesante. Es a través de la meditación como desarrollamos la capacidad de ser conscientes de ello, viendo cómo se manifiesta y viendo todas las maneras en que esta vocecita en nuestra cabeza nos hace sufrir. Cuando conseguimos centrar nuestra atención en la respiración y mantenerla allí, cuando la mente se calma y se aquieta por completo, podemos ver a través de la ilusión. Y cuando la vemos una y otra vez, finalmente abandona el juego, deja de ser nuestro amo y ocupa el lugar que le corresponde como nuestro sirviente. Podemos retomarla cuando sea práctico hacerlo y dejarla cuando no la necesitemos. Esta habilidad por sí sola alivia cantidades enormes de sufrimiento interno, nos permite ver con extrema claridad los mecanismos de la mente y cómo funcionan, y esto hace que dejemos de vivir agobiados por la sensación de estar fundamentalmente separados de todo lo demás. Comenzamos a ver con asombrosa belleza y profundidad cómo no hay un yo aquí dentro mirando el mundo allá, sino que solo existe el mundo, mientras la barrera entre sujeto y objeto se disipa, al menos por un tiempo, revelando la profunda interconexión y no dualidad de todo lo que hay en el cosmos. Sientes como si ya no estuvieras en el mundo solo para ser sacado un día de él, sino que eres el mundo y el mundo eres tú, y no hay nada que que deba nacer ni morir.

Liberarse de esta ilusión es una característica central de la Iluminación o Despertar en la tradición budista: una reorientación radical de toda tu experiencia, momento a momento de tu propia existencia, en un sentido profundamente beneficioso y sanador. Pero la noción del vacío no se refiere únicamente al ego; más bien afirma que nada en el universo tiene una esencia perdurable, porque todo es flujo, todo es una cascada de cambio implacable, nada es permanente, nada es una cosa u objeto estático. Todos somos simplemente remolinos temporales de átomos que se unen por un tiempo, como este proceso al que llamo yo, y luego se disuelven, se unen con diferentes átomos para formar otro proceso temporal, y así sucesivamente. Aferrarse a la idea de un yo estable y permanente en este contexto te lleva a sufrir enormemente.

Los átomos que constituyen nuestros cuerpos se forjaron en el interior de estrellas, estuvieron en el fondo del océano, pasaron por los dinosaurios y se unieron aquí y ahora para formar a cada uno de nosotros. Según la ciencia más reciente, el cosmos se remonta a un único punto de origen infinitamente pequeño y denso, lo que significa que todos somos literalmente uno con todo en el universo, y el Big Bang expulsó todo hacia el espacio y el tiempo para danzar, jugar y girar, adoptando infinitas formas. La ciencia, en cierto sentido, se está poniendo al día con las ideas que los budistas propusieron milenios antes de la invención del método científico. Es bastante asombroso cuando uno se detiene y piensa en ello. En cualquier caso, este concepto de no-yo o vacío, y el budismo, no solo encajan perfectamente con los fenómenos entendidos como procesos, sino con la dialéctica misma. Todo está en flujo, todo está íntimamente interconectado con todo lo que lo rodea: no hay nada ni nadie que esté fuera del flujo, nada es permanente ni fijo, todo está en constante desarrollo y transformación, y no hace falta plantear nada sobrenatural ni metafísico para explicar la realidad material.

Respecto de este último punto, sin duda hay budistas que profesan formas de budismo que no se adhieren al materialismo, y puede haber filosofías dialécticas que no son ontológicamente materialistas como lo es el marxismo, ni idealistas como el hegelianismo; así, hay quienes se mantienen agnósticos o neutrales respecto de lo que en filosofía se conoce básicamente como monismo. Sin embargo, nada de esto resta valor a la idea de que el concepto de vacío y de no-yo se ajusta perfectamente a una comprensión dialéctica del mundo, y que no es necesario recurrir a explicaciones no materialistas de esta realidad, aunque algunos opten por hacerlo.

Ahora pasemos al concepto budista de origen dependiente o surgimiento dependiente. En términos simples, esto significa que cada cosa en el cosmos depende de otras cosas para su existencia. El difunto budista zen vietnamita Thích Nhất Hạnh, fue un gran exponente de esta idea. Tomemos el ejemplo de la flor: cuando sostienes una flor en tu mano, tienes un concepto de ella, que se refleja en una palabra que representa lo que estás sostieniendo entre tus dedos. A primera vista tenemos este objeto estático, pero si profundizamos un poco más, podemos ver su interconexión con todo el universo. Intenta imaginar esa flor sin la tierra de la que brotó, sin el sol que la ayudó a crecer y te permite verla con tus ojos, o sin la lluvia que la regó y nutrió. Otro ejemplo fácil sería algo como un durazno: cuando muerdes un durazno, en cierto sentido estás mordiendo el mundo entero, porque innumerables condiciones y factores tuvieron que confluir para producir esta fruta, así como la sensación que obtienes al morderla.

Podemos ampliar un poco la perspectiva y usarnos a nosotros mismos como ejemplos: el hierro en nuestra sangre proviene de la explosión de estrellas hace miles de millones de años; el agua en nuestra sangre solía ser una con el océano; el aliento que respiramos depende completamente de las plantas y los árboles de todo el planeta; en cierto sentido, la vida vegetal es tan esencial para nuestra propia existencia como lo son nuestros pulmones.

El sol es tan esencial para nuestra propia existencia como lo son nuestros propios corazones palpitantes; la luna estabiliza la órbita de la Tierra, haciéndola habitable para criaturas relativamente avanzadas como nosotros. Sin ella, no existiríamos. De esta manera, para nuestra propia existencia dependemos intensamente de todo lo que nos rodea y de todo lo demás en el cosmos. Ahora podemos aplicar esta idea a la política: el multimillonario no es, como a menudo se nos dice, un individualista empedernido que con determinación y trabajo duro construyó su imperio y se hizo a sí mismo. Más bien, depende completamente de montones de trabajadores pobres para generar incluso un solo dólar: si lo dejas en una isla desierta, no es nada.

Todo lo que valoramos, desde escuelas hasta hospitales, carreteras y aire acondicionado, es producto del trabajo de innumerables personas durante enormes períodos de tiempo que se remontan a generaciones. Cada cosa depende de una multiplicidad de factores y condiciones que se unen para crearla. Toda la riqueza del mundo es producto de siglos de trabajo humano, al que contribuyeron todos nuestros antepasados. Sin embargo, hoy en día, toda esa riqueza es robada y acaparada por un pequeño grupo de personas que afirman que les pertenece a ellos, y no a nosotros. Todo el paradigma capitalista y el hiper-individualismo que requiere se basan en el rechazo de la idea del origen dependiente; se basan en una falacia. Argumentos similares podrían aplicarse a otros conceptos centrales del budismo, como la impermanencia, la no dualidad y muchos más. Sin embargo, aquí podemos ver cómo una idea central para el budismo es intrínsecamente dialéctica y puede aplicarse de forma útil a la sociedad, la economía y la política, socavando directamente, en lugar de fortalecer, el modo de producción capitalista y su superestructura ideológica.

Por otro lado, la orientación central del socialismo y el comunismo concuerda perfectamente con el concepto de origen dependiente, ya que entendemos que todo lo que tenemos es producto del trabajo de innumerables personas, así como de nuestra relación con el mundo natural. Entendemos la importancia de la cooperación, cómo la solidaridad con los demás puede beneficiarnos enormemente y cómo, en última instancia, dependemos unos de otros. Ni tú ni yo existimos en el vacío. Somos productos de la especie humana, productos del planeta Tierra y productos de todo el tejido del cosmos. Somos literalmente, y lo digo literalmente, el cosmos haciéndose consciente. Como todos los seres sintientes del universo, somos literalmente el cosmos entero despertando aquí y ahora en esta forma determinada.

Este punto de vista nos permite entender la profunda interconexión que subyace a la civilización humana y al mundo en que vivimos, y nuestra política, en su mejor expresión, honra esa interconexión y le atribuye una centralidad esencial. Espero haber dejado muy claro hasta ahora por qué esta forma dialéctica de abordar y comprender el mundo no solo es correcta, sino que constituye una amenaza real para el statu quo, para la élite gobernante y su ideología, y para el propio modo de producción capitalista. Por eso en esta sociedad el marxismo, el materialismo dialéctico, e ideas como ausencia de yo y origen dependiente, son relegadas a la marginalidad y atacadas. Simplemente, no quieren que aprendamos a pensar.

De esta manera, y por razones bastante obvias, un área más de coincidencia filosófica que quiero abordar es el concepto de los tres venenos en el budismo. Estos tres venenos son la codicia, el odio y la ignorancia. Cuando están presentes en la mente y uno se identifica con ellos, causan estragos en la psique individual, refuerzan el engaño del ego y generan sufrimiento para todos los involucrados. Si bien el budismo habla de esto casi exclusivamente en términos de la mente individual, creo que es bastante natural argumentar que si la mayoría de las personas son susceptibles a estos tres venenos, éstos se manifestarán no solo a nivel psicológico individual, sino también a nivel sociopolítico colectivo.

Y mi argumento es que el capitalismo, de muchas maneras, institucionaliza estos tres venenos, intenta naturalizarlos y luego los intensifica hasta el extremo, tanto en el plano individual como en el colectivo. ¿Qué es, por ejemplo, la especulación y la explotación capitalistas, si no codicia desenfrenada, presentada como algo natural y bueno? ¿Qué es el imperialismo, el colonialismo y el fascismo, todos ellos manifestaciones del capitalismo, si no odio institucionalizado y estructural, y a su vez conectado -por supuesto- con la codicia que es inherente al capitalismo y a sus estructuras de incentivos? ¿Qué es la ideología capitalista, si no una forma de ignorancia que se ha vuelto hegemónica en todos los niveles? Todo indica que estos tres venenos identificados por el budismo, el capitalismo les da su expresión más extrema a nivel estructural e institucional.

Si el budismo tiene razón al decir que estos tres venenos prevalecen en la mente humana no iluminada, es lógico suponer que si reúnes a millones de humanos con estos rasgos psicológicos individuales, tales rasgos se convertirán en instituciones colectivas. Esta suposición deriva precisamente del análisis sobre cómo el budismo y el marxismo se entrelazan y se superponen. El budismo, al esclarecer ciertas verdades sobre el funcionamiento de la mente humana, ofrece al marxismo conceptos útiles que pueden aplicarse a la sociedad en su conjunto. Después de todo, el marxismo no se centra en los individuos y sus mentes, mientras que ciertos aspectos de la psicología individual y de las maquinaciones de la mente humana pueden resultar iluminadores y útiles para un análisis y una crítica social más amplios. De modo que estas dos tradiciones, centradas cada una de ellas en extremos opuestos del espectro Colectivo/Individual, pueden unirse para profundizar las perspectivas ya existentes, y generar otras nuevas. Aquí no estoy ofreciendo un análisis exhaustivo en este sentido, sino más bien dando un primer paso con la esperanza de que los budistas se interesen por el marxismo, que los marxistas se interesen por el budismo, y que unos y otros descubran y apliquen más conexiones y sinergias útiles, que les ayuden a trabajar hacia el objetivo común de acabar con el sufrimiento y buscar la liberación.

3. ¿Qué pueden aportarse mutuamente el marxismo y el budismo?


 

Ahora que hemos analizado qué son el marxismo y el budismo, así como algunas de las formas en que sus respectivas miradas dialécticas básicas sobre el mundo se superponen, e incluso pueden profundizarse mutuamente, quiero abordar ciertos aspectos concretos que cada tradición podría aportar a la otra, para decirlo de forma simple y concisa. 

Pienso que el budismo puede ofrecer al marxismo una vía de acceso a un tipo de análisis dialéctico del individuo, su mente y sus mecanismos. El marxismo no se centra fundamentalmente en estas cuestiones, pero como buenos dialécticos, entendemos que existe una relación tremendamente importante entre lo interno y lo externo, entre lo individual y lo colectivo, entre la psicología y la ideología. Por lo tanto, a los marxistas nos beneficia tomar en serio esta parte de la ecuación, por así decirlo, particularmente en el contexto de la educación política, la organización de encuentros y actividades colectivas y, sobre todo, la construcción de espacios y organizaciones activistas que sean saludables y no tóxicas.

Y esto es importante porque si alguno de ustedes ha tenido la experiencia de visitar subculturas marxistas en internet o incluso muchas organizaciones, estoy seguro de que habrán notado que suele haber mucho ego. Los marxistas tienden a ser intelectuales y, sin el anclaje psicológico y la estructura ética que ofrecen cosas como el budismo, esos egos se inflan hasta alcanzar proporciones a veces descabelladas. La gente busca tener la razón, más que inspirar a otros. Organizaciones enteras que han hecho un buen trabajo se dividen y desintegran, debido a choques entre sus miembros y a su poca capacidad para gestionar conflictos interpersonales, o por la preponderancia dada a pequeños desacuerdos que son irrelevantes para la lucha real. El budismo ofrece una estructura ética y pautas de comportamiento de las que el marxismo a menudo carece, y que pueden aplicarse si es necesario.

Por ejemplo, si bien algunos de los ocho principios del Óctuple Sendero se centran fundamentalmente en la meditación budista, la atención plena y la concentración correctas, la gran mayoría de ellos puede aplicarse a cualquier persona, independientemente de su trasfondo religioso, espiritual o cultural (esto los hace muy diferentes de los Diez Mandamientos del cristianismo). La intención correcta, el habla correcta, la acción correcta, el esfuerzo correcto, la visión correcta, y un medio de vida correcto, son principios plenamente aplicables en el contexto de una organización o grupo socialista. Se trata de directrices éticas predefinidas con milenios de historia, que no solo ayudan a crear una cultura organizacional más sana e individuos más sanos, sino que también son fundamentales para el proceso del despertar dentro del budismo, y que si bien no son indispensables para los marxistas, solo pueden tener efectos positivos si las adoptan.

En resumen: el Budismo nos ofrece un análisis de la psicología individual, una estructura ética universalmente aplicable, una forma sistemática de abordar el egoísmo en nosotros y en nuestros compañeros, y puede ayudarnos a relacionarnos mejor con nosotros mismos, así como con los demás, en nuestra comunidad y más allá.

Por otro lado, debemos preguntarnos qué puede ofrecer el marxismo al budismo. Yo diría que sería algo así como el análisis científico sistemático de los fenómenos socioeconómicos y políticos, que es la aplicación colectiva externa del análisis sistemático y científicamente riguroso de los fenómenos psicológicos y emocionales, en los que el budismo ya destaca. Además, el marxismo ofrece una metodología política para superar las formas institucionalizadas y estructurales de los tres venenos. Los budistas suelen hablar de sanar el mundo a través de la autosanación, y si bien considero que esto es útil e incluso cierto, no me parece que eso baste.

No tenemos tiempo para esperar a que suficientes personas se adentren en el budismo y se iluminen para lograr el cambio colectivo que se necesita con tanta urgencia: el cambio climático, el riesgo de una guerra nuclear, el rápido avance de las tecnologías que sacuden la sociedad y que, bajo el capitalismo, se convierten en mecanismos de mayor indigencia, desempleo y miseria, los numerosos conflictos imperialistas en curso, el auge del autoritarismo neofascista en todo el mundo y muchas más crisis que se acumulan a diario. Simplemente no podemos darnos el lujo de esperar a que todos realicen el trabajo individual necesario para reformar la civilización humana, algo que solo puede lograrse mediante movimientos políticos internacionales organizados, y revolucionarios, que encarnen una visión totalmente diferente del mundo. Aunque hay formas de budismo socialmente comprometidas, a menudo se inclinan hacia el centro liberal y hacia formas débiles de reformismo; pero ese activismo liberal tibio no ayuda en absoluto a cambiar las cosas en la dirección necesaria. Dado que es liberal, ese activismo no busca crear un mundo diferente, sino reificar y reproducir la misma hegemonía ideológica que mantiene las cosas como están, a menudo sin saber que es justamente eso lo que está haciendo.

Y esto se debe a que el liberalismo es la ideología dominante del propio capitalismo. Van de la mano. Si los budistas se toman en serio la necesidad de aliviar el sufrimiento, deben tomarse en serio la política. Y si los marxistas se toman en serio lo de convertirse en el tipo de personas capaces de crear un mundo verdaderamente nuevo y mejor, deben tomar en serio el trabajo interior que ofrecen tradiciones como el budismo.

Conclusión: El bodhisattva Revolucionario


 

He argumentado que el marxismo puede beneficiarse de un compromiso sincero con el budismo, mientras que el budismo, a su vez, puede beneficiarse de un compromiso sincero con el marxismo. Espero haber descrito eficazmente los objetivos principales de cada tradición, las formas en que sus orientaciones filosóficas comparten una perspectiva profundamente dialéctica, y las maneras en que cada tradición podría beneficiarse y posiblemente profundizar en la otra.

Para finalizar, quiero dejarles una imagen, un arquetipo, por así decirlo, que sintetiza todo lo que he dicho hoy en un molde que cada uno de nosotros, en la medida en que estemos más o menos convencidos de lo que he estado argumentando, podemos adoptar y esforzarnos por cumplir. Este arquetipo es lo que llamo el bodhisattva revolucionario. Todos sabemos lo que es un revolucionario: alguien comprometido en hacer frente a la injusticia, la desigualdad y el sufrimiento omnipresentes en la sociedad de clases, y en trabajar para construir un mundo mejor, más justo, más equitativo e igualitario. El revolucionario es desinteresado, está dedicado al pueblo, y se estremece de indignación ante cada injusticia. Me vienen a la mente figuras como el Che Guevara, Thomas Sankara, Rosa Luxembourg y muchos otros.

Todas estas personas mencionadas también estuvieron dispuestas a pagar el precio máximo por su visión de un mundo mejor. Los tres fueron brutalmente asesinados por agentes del statu quo del capitalismo, el fascismo y el imperialismo. Sus imágenes están grabadas en nuestras mentes y nos esforzamos por contribuir, aunque sea con una fracción de lo que hicieron, al proyecto de construir un mundo mejor. Ahora combinemos esto con la imagen del bodhisattva, esa figura dentro del budismo Mahayana que, en una versión, es un ser ya iluminado que, por pura compasión amorosa hacia otros seres sintientes, permanece en el ciclo del samsara y alcanza el Nirvana sólo para salvar a otros. Puede que esta versión sea demasiado ideal para muchos que estamos lejos de estar iluminados y, por supuesto, me cuento entre quienes no lo están.

La otra versión del bodhisattva es un poco más realista: es alguien que está en el camino hacia la budeidad y se compromete a dedicar toda su vida, su práctica meditativa y todo su ser al alivio del sufrimiento ajeno. El bodhisattva es altruista en un sentido aún más profundo que el revolucionario, ya que busca desmantelar activamente la ilusión de un yo separado y utiliza la comprensión adquirida en ese esfuerzo para comprender mejor y, así, ayudar a otros seres sintientes. Los bodhisattvas se proponen la tarea imposible, conscientemente imposible, de acabar con todo sufrimiento y ayudar a todos los seres a despertar. Juran no entrar en el Nirvana hasta que todos los seres puedan hacerlo juntos, de la mano; eso es verdadera solidaridad.

Al combinar estos arquetipos, uno marxista y otro budista, podemos crear un ideal equilibrado por el que luchar. En vez de dedicar nuestras vidas al arribismo, la acumulación de riqueza y la búsqueda de un estatus elevado dentro del marco capitalista, como se nos ha enseñado, podemos rechazar todo eso y dedicar nuestras vidas a aliviar el sufrimiento de otros seres, enfrentando valientemente las fuerzas de la opresión, el odio y la codicia, y derribando las estructuras de dominación, explotación y sufrimiento para construir una civilización igualitaria arraigada en la interconexión, la justicia, la verdad, la belleza y la solidaridad. Un mundo donde nadie duerma en las cunetas. Un mundo donde a nadie le falte atención médica o comida. Un mundo donde a nadie le falte educación. Un mundo donde nadie sufra de formas totalmente evitables e innecesarias sólo para que unos pocos puedan vivir vidas de extrema opulencia. Esforcémonos, entonces, por encarnar dentro de nosotros mismos el ideal revolucionario del bodhisattva.