El discurso anticomunista del “totalitarismo”: una jerga tomada de la CIA y del manual neoconservador

 

Barbara MacLean

 

Publicado en Countercurrents

 

PREÁMBULO

Las diversas formas de manipulación del lenguaje

Como la mayoría de nosotros sabemos, el lenguaje verbal es a la vez una herramienta y un arma. Nos habilita para hablar sobre el pasado y el futuro, para etiquetar enfermedades mentales y físicas, y para formular diagnósticos y predicciones. El lenguaje verbal nos permite comunicarnos con mayor precisión que el lenguaje no verbal, ya sea que hablemos sobre el mundo o sobre nuestros estados internos. Pero el lenguaje también puede usarse para controlar y manipular. Existen varias formas en que el lenguaje puede ser utilizado con ese fin:

Vicios y virtudes: palabras políticas

El tema de este artículo es el uso del vocablo "totalitario" como ejemplo de una palabra cargada negativamente. La usan principalmente, en contextos políticos internacionales, los liberales y conservadores yanquis para diferenciar su sistema político de los de quienes perciben como sus enemigos. Así es como han usado el término "totalitarismo" para describir tanto el nazismo como el comunismo, ya sea por separado o juntos.

Los neoconservadores y la CIA usan la palabra "totalitario" cuando presentan al público sus puntos de vista sobre Rusia, China, Corea del Norte o Venezuela. Esto sigue siendo así a pesar de que el término viene siendo criticado por los cientistas sociales desde la década de 1960, lo cual significa que es un término que lleva 60 años obsoleto. En un artículo de 1948, Arthur Hill enumeró las siguientes características del totalitarismo:

Otra palabra malsonante es "dictadura", la que suele atribuirse a los jefes de los gobiernos socialistas, incluso cuando estos líderes socialistas han sido elegidos en procesos democráticos. Tanto "totalitario" como "dictadura" son palabras "negativas" cargadas de emociones diseñadas para limitar el pensamiento político a una elección entre una palabra mala (dictadura, totalitario) y una palabra buena (democracia9. Una palabra mala es una acerca de la que es imposible pensar o actuar de manera neutral. Esto supone que ninguna persona inteligente diría que está a favor de un gobierno totalitario o de una dictadura.

Por otro lado, hoy en día a todo el mundo le encanta la palabra "democracia", aunque desde luego esto no ha sido así siempre. El término democracia ha sido asociado con el "gobierno de la turba" y entre los conservadores, a puerta cerrada, todavía lo es. Los liberales no lo han hecho mucho mejor. A fines del siglo XIX se vieron obligados, a las patadas y los gritos, a usar la palabra democracia, una vez que los hombres blancos de clase trabajadora obtuvieron el derecho al voto. Sin embargo, hoy día la palabra democracia es una palabra buena. Cualquiera que declare públicamente estar en contra de la democracia, comete un suicidio político. La CIA incluso ha nombrado a uno de sus programas internacionales para derrocar a los gobiernos socialistas "Fondo Nacional para la Democracia". En este artículo me centraré en la historia del uso de la palabra "totalitarismo". En mi próximo artículo escribiré sobre la historia del uso de las palabras "dictadura" y "democracia".

¿Por qué esto debería importarte?

En política el uso de un lenguaje cargado contribuye a limitar el proceso de pensamiento, restringiéndolo a un asunto de héroes y villanos, dioses y demonios, dictadores o demócratas. La gente de clase trabajadora no es la que decide el significado de estas palabras, ni a qué contextos se aplican; sin embargo las hacen circular inconscientemente cuando hablan de política con otros, internalizándolas y viendo así reducirse el alcance de cómo piensan sobre los procesos políticos. El propósito de este artículo y el siguiente es desafiarte a que intentes sacar de tu vocabulario las palabras dictadura totalitaria o democracia: es muy probable que la campaña anticomunista yanqui te esté jugando una mala pasada.

Resumen de la historia del uso de la palabra "totalitario"

La mayor parte de este artículo se basa en el libro Totalitarianism: The Inner History of the Cold War de Abbott Gleason, donde cuenta la historia del uso del término totalitarismo desde su uso en la década de 1930 hasta los años 1980. En un primer período su uso se limitó a las descripciones del fascismo. Después del pacto de Stalin con Hitler se utilizó para describir tanto el fascismo como el comunismo. Luego hubo una pausa en el uso del término cuando la URSS se volvió un aliado en la guerra. Sin embargo, tras la Segunda Guerra Mundial y hasta la década de 1980, los yanquis y los europeos volvieron a aplicar el término totalitario a la Unión Soviética, y a cualquier otro país socialista.

TEORÍAS DEL TOTALITARISMO EN LA DÉCADA DE 1930

Las primeras teorías sobre el totalitarismo tenían un origen económico y se referían únicamente al fascismo. Para Franz Neumann, la fase totalitaria del nazismo se limitaba estrictamente a sus dos primeros años de gobierno. Neumann usaba el término "totalitario" para describir el Estado todopoderoso que, en su opinión, era uno de los dos elementos centrales del fascismo. El otro elemento era el capitalismo monopolista. El fascismo se entendía así como una evolución del liberalismo político y del capitalismo en decadencia, y no principalmente como un ataque a ambos. Neumann pensaba que era el capitalismo, y no tanto el racismo ni el romanticismo, lo que explicaba el ascenso de Hitler. Por su parte Max Lerner pensaba que el fascismo y el nazismo habían nacido de la inflación y de los temores de la clase media a la proletarización. Roosevelt utilizó pocas veces el término totalitarismo, y cuando lo hizo fue para referirse únicamente a Alemania e Italia. En la Unión Soviética el fascismo se entendía como una manifestación de la sociedad capitalista en su etapa imperialista, por lo tanto el nazismo y el comunismo soviético eran interpretados como los opuestos más extremos. Sin embargo, en 1937-1938 muchos académicos occidentales empezaron a prestarle mucha más atención a las similitudes entre el nazismo y el stalinismo que a sus diferencias.

Los propios Estados Unidos no fueron inmunes a la acusación de totalitarismo, la cual fue lanzada por los conservadores que se oponían a Franklin Delano Roosevelt. Thomas Lengyel, en su libro The New Deal in Europe, catalogó las políticas económicas estadounidenses como similares a las de Rusia, Alemania e Italia. Para conservadores como Herbert Hoover, Roosevelt era un liberal totalitario. Los aislacionistas estadounidenses argumentaron que el verdadero peligro del totalitarismo radicaba en las políticas internas agresivas de Roosevelt.

Tras la defensa de Trotsky por parte del comité encabezado por John Dewey, éste aceptó el término totalitario para describir a Rusia, y por ello fue sometido a una sostenida campaña de difamación por parte de los comunistas. Dewey hizo hincapié en el totalitarismo en su libro Freedom and Culture, cuando apenas habían pasado dos meses desde la firma del pacto nazi-soviético. La firma de dicho pacto en agosto de 1939 hizo que todos los activistas de extrema izquierda, salvo unos pocos, aceptaran la nueva terminología y calificaran como totalitarias tanto a Rusia como a Alemania.

EL TOTALITARISMO AL PRINCIPIO DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Desde que los Estados Unidos entraron en la Segunda Guerra Mundial hasta el final de la contienda, sus dirigentes evitaron describir a la Unión Soviética como totalitaria. ¿Por qué? Porque dado que los Estados Unidos eran aliados de la Unión Soviética, si la hubieran caracterizado así, entonces la guerra no habría podido ser publicitada como una guerra contra el totalitarismo. El ataque de Alemania contra la URSS en 1941 puso fin a gran parte de las discusiones sobre la existencia del totalitarismo, tanto en la izquierda como en la derecha. La supuesta confrontación entre los dictadores totalitarios y el capitalismo occidental (llamado democrático) se hizo añicos, y casi de la noche a la mañana el término perdió importancia, en la medida en que Estados Unidos y la Unión Soviética estaban luchando del mismo lado. Al finalizar la guerra, con la derrota de Alemania, el término totalitarismo volvió a ser utilizado, esta vez para caracterizar únicamente a la Unión Soviética.

EL TOTALITARISMO A FINALES DE LA DÉCADA DE 1940

"Los orígenes del totalitarismo" de Hannah Arendt

Falta de especificidad sobre qué hace a un país totalitario

Hannah Arendt comenzó a escribir su libro Los orígenes del totalitarismo como una reacción al conocimiento de la escala de los campos de exterminio y la sistematización de los asesinatos de judíos. Hasta entonces, quienes escribían sobre el totalitarismo pensaban que sus raíces se encontraban en el siglo XX. Había cierta sensación de que el asunto estaba conectado con el nacionalismo, la tecnología y el racismo. Sin embargo, todas estas características también estaban presentes en países como Estados Unidos y Gran Bretaña, de los cuales se pensaba que no eran totalitarios. El libro de Hannah Arendt comienza en 1945 y fue el primer libro en sugerir que los orígenes del totalitarismo se remontaban al siglo XIX. Arendt postuló como precedentes del totalitarismo a factores tales como el surgimiento de la sociedad de masas, la soledad psicológica, la anomia descrita por Durkheim y lo que la propia Arendt llamó "el fanatismo de los marginados". En su opinión, la "masa" era una pequeña parte de la población, aproximadamente equivalente al lumpenproletariado de Marx, formada por individuos desclasados, desarraigados y desesperados que podían ser reclutados para actividades delictivas. Esta percepción de las masas era conservadora, sacada directamente del manual de Le Bon y Tarde. Sin embargo, esas condiciones también estaban presentes en los Estados Unidos, en Inglaterra y en Francia, y en modo alguno eran rasgos exclusivos de Alemania y Rusia.

Arendt también postuló una relación entre el imperialismo del siglo XIX y el racismo, al parecer sin reparar en que los países considerados como no totalitarios (Estados Unidos, Gran Bretaña y, en menor medida, Francia) eran todos imperialistas o racistas. Por otra parte, Rusia en la época del zar no era un país imperialista, aunque el antisemitismo era bastante frecuente.

Arendt también pensaba que el totalitarismo tenía mucho que ver con el nacionalismo, pero no especificó de qué tipo de nacionalismo se trataba. Su intento de vincular el pangermanismo con el paneslavismo fue un fracaso, porque la intelectualidad rusa del siglo XIX no era paneslava. Con unas pocas excepciones, eran modernizadores que se inspiraban en Europa occidental. Incluso si el pangermanismo y el paneslavismo proporcionaron las raíces ideológicas de los elementos en común de Rusia y Alemania, ese nacionalismo era de un tipo diferente al de Europa occidental. En la tipología de Hans Kohn, Alemania y Rusia eran nacionalistas étnicos, más que cívicos. El modelo básico de Estado-nación utilizado por Arendt era la Francia post-revolucionaria, que corresponde a un tipo de nacionalismo cívico. Hay que tener en cuenta que la mayor parte de Europa, en particular Alemania y la parte austrohúngara de Alemania (que es lo que más interesaba a Arendt), habían pertenecido a Estados que no podían considerarse nacionalistas cívicos.

Por último, Arendt en 1948 llegó a sostener que el elemento distintivo que asemejaba a Rusia y Alemania era la dependencia sistemática del terror, institucionalizada en el campo de concentración, ignorando los campos de concentración que Estados Unidos estableció para recluir a los japoneses.

La desprolijidad de su estudio

El estudio de Arendt tiene muchos problemas, además de centrarse en rasgos exclusivos de Alemania y Rusia y que no se hallaban en Occidente. En primer lugar, no había estudiado a Alemania y a Rusia con la misma profundidad, por lo que no estaba en condiciones de comparar sus similitudes y diferencias de manera sistemática. En efecto, sabía mucho más sobre Alemania que sobre Rusia, razón por la que empezó su libro analizando a los nazis y sólo tres años después intentó ampliar su estudio para incluir a Rusia. Además, su caracterización de los nazis y la URSS era confusa, porque no ofrecía una comparación estricta entre fascismo y comunismo. Su uso del término totalitario ni siquiera contemplaba a otros países fascistas como Italia o España.

Por otro lado, nunca consiguió establecer las diferencias entre Rusia y Alemania en términos de sus sistemas políticos y económicos. El hecho de que Hitler y Stalin fueran líderes de mano dura no significa que sus respectivos sistemas políticos fueran iguales. Por un lado, Hitler fue designado, mientras que Stalin fue elegido al interior del Partido Comunista. Arendt tampoco tuvo en cuenta las diferencias entre ambos sistemas económicos. Alemania era una sociedad capitalista; Rusia era una sociedad socialista de Estado. Son diferencias enormes.

Por último, la definición de Arendt del totalitarismo era demasiado estridente, por lo que ni Alemania ni Rusia estaban ni cerca de cumplir todos sus criterios. Sin embargo, a pesar de todas estas críticas, Los orígenes del totalitarismo es uno de los primeros libros que aparecen cuando se realiza una búsqueda sobre el tema del totalitarismo. Es imposible no asombrarse de que los críticos de la Guerra Fría sigan manteniendo este libro en la mira del público culto, a pesar de sus numerosos defectos.

Comienza la Guerra Fría

En el verano de 1945, tras la victoria aliada en Europa, las maniobras soviéticas en la Alemania ocupada y en Europa oriental causaron alarma en Occidente, y fue entonces cuando resurgió la palabra totalitarismo. El golpe comunista de Checoslovaquia en 1948 propició la creencia en que existía un plan maestro comunista para la conquista mundial. La revitalización del término totalitarismo, esta vez referido exclusivamente a la URSS, sirvió para transformar los poderosos sentimientos antialemanes que proliferaban en los Estados Unidos, en un creciente sentimiento anticomunista. En 1950, la Ley de Seguridad Interna McCarran prohibió a los totalitarios -a los comunistas- poner pie en territorio de los Estados Unidos.

Reacción de izquierda

"La revolución gerencial" de Burnham

Incluso antes de que terminara la Segunda Guerra Mundial ya había empezado a circular una singular crítica izquierdista a la Unión Soviética, propuesta por el trotskista James Burnham en su libro La revolución gerencial. Burnham afirmaba que la experiencia rusa había demostrado que la eliminación de la propiedad privada no era necesariamente un paso hacia el socialismo, y que tanto la Unión Soviética como los capitalistas occidentales se dirigían hacia el dominio de una clase dirigente gerencial.

"1984" de Orwell

Ya en 1943 George Orwell se dio cuenta de que Inglaterra carecía de literatura sobre campos de concentración, policías secretas, censura de la opinión, torturas y juicios amañados. Todo esto lo expresó en su libro 1984. A Orwell le gustó La revolución gerencial de Burnham y su descripción de la lucha permanente entre superestados por el dominio mundial. Orwell se inspiró también en el libro Nosotros de Yevgeny Zamyatin, un novelista soviético que influyó en sus notas para 1984. Orwell argumentó que su libro no era un ataque al socialismo, y que su intención era más mostrar que el totalitarismo era posible en un escenario como Inglaterra, tal como lo relataba su novela.

En la revista The New Leader, escritores como Max Nomad, Victor Serge, Paul Goodman, John Dewey y Sidney Hook argumentaron que la Unión Soviética había deshonrado a tal punto al socialismo, que se la podía comparar con la Alemania nazi. En 1947 se produjo en la izquierda estadounidense una división a propósito de la Unión Soviética, que en lo sucesivo siguió profundizándose y se volvió cada vez más amarga. La división entre la izquierda del Frente Popular y la izquierda nacida de la Guerra Fría se produjo aproximadamente en ese mismo año, y en ese contexto Sidney Hook se convirtió en uno de los oponentes más fanáticos e implacables del totalitarismo. Esto está documentado en el libro de Mary Sperling McAuliffe Crisis on the Left: Cold War Politics and American Liberals 1947-1954.

La reacción liberal conservadora

"Los orígenes de la democracia totalitaria", de Jacob Talmon

Talmon apuntó a la política soviética en vez de a Alemania. Se centró en estudiar las dictaduras jacobinas durante la Revolución Francesa, justo mientras los procesos de Moscú alcanzaban su clímax en 1938. Más tarde Talmon sugirió una conexión entre los jacobinos y los bolcheviques, situando las raíces del totalitarismo a finales del siglo XVIII, con lo que implicó incluso a la propia Ilustración. En su argumento, hasta Rousseau aparecía como un precursor del totalitarismo. Talmon vio la Revolución Francesa como un renacimiento político y religioso que cubrió Europa con sus apóstoles, militantes y mártires, y respaldó el intento de Tocqueville de explicar la amenaza del despotismo democrático como una forma de liberalismo totalitario, diferente de su propio liberalismo pluralista.

Reacción de derecha

Von Hayek, Lasky Niebuhr

Los derechistas ya estaban avanzando hacia la demonización de la URSS antes de que terminara la Segunda Guerra Mundial. Ya en 1944, el libro de Hayek Camino de servidumbre puso el asunto del totalitarismo en primer plano, al afirmar que éste sería el resultado de la planificación económica. Según Von Hayek, todo colectivismo es totalitario, y fue lo bastante ambicioso en términos historiográficos como para intentar rastrear los orígenes de esta tendencia a través de Marx hasta Auguste Comte. La aparición del libro de Von Hayek fue de gran ayuda para los conservadores yanquis a la hora de establecer la agenda política de los debates intelectuales de posguerra. Por lo demás, Von Hayek contribuyó activamente a la publicación del tratado liberal de la Guerra Fría escrito por Karl Popper, La sociedad abierta y sus enemigos.

El objetivo de los conservadores era ofrecer un cuadro del totalitarismo trazado con pinceladas muy amplias, de modo que incluyera no sólo al comunismo, sino también al socialismo y al liberalismo. Algunos de ellos cuestionaron incluso el propio New Deal de Roosvelt. Neoconservadores como Melvin Lasky e Irving Kristol formaron parte de esta ola, y muchos anticomunistas se organizaron en asociaciones tales como Americans for Democratic Action (Estadounidenses por la Acción Democrática). Nótese el uso de la palabra buena "democrático" en este título: hasta entonces, los conservadores habían tachado negativamente la democracia con el "gobierno de la turba". Por cierto, esta nueva ola de anticomunismo conservador incluía al teólogo Reinhold Niebuhr.

Irving Kristol

Irving Kristol, que escribía en el New Leader al final de la Segunda Guerra Mundial, participó en publicaciones liberales de la Guerra Fría, tales como Commentary, Reporter y Encounter. En esos medios los neoconservadores empezaron a especular sobre los orígenes del totalitarismo para un público más amplio, pasando por alto a los teóricos académicos del totalitarismo. Kristol produjo una tipología aún más abarcadora que la crítica de Jacob Talmon a la Ilustración. Su objetivo era explicar las bases geográficas de las diferencias entre el liberalismo pragmático angloamericano y la tendencia continental al fanatismo y las revoluciones.

EL TOTALITARISMO EN LA DÉCADA DE 1950

El centro vital de Schlesinger

En 1948, Arthur Schlesinger Jr. empezó a escribir su libro El centro vital, uno de los principales manifiestos del liberalismo de la Guerra Fría. Apuntando sus dardos al comunismo, no al nazismo, Schlesinger afirmó que los progresistas sentimentales habían sido engañados por el totalitarismo, explicando de paso (en una clara referencia al libro Miedo a la libertad, de Eric Fromm) que el totalitarismo aparece cuando los ansiosos seres humanos del siglo XX intentan escapar de su ansiedad lanzándose a un todo totalitario, una noche en la que todas las vacas son negras. Schlesinger subrayó que a diferencia de las tiranías anteriores, que dejaban intacta gran parte de la estructura social, el totalitarismo pulveriza la estructura social, y señaló la importancia de evitar que las formas asociativas voluntarias se atomicen, ya que, según explicó, se puede tener una rica vida asociativa lejos de la política. Su esquema proponía una democracia ostensiblemente pasiva, que le quitara todo atractivo a los sentimientos irracionales que antes habían sido movilizados por la religión y hoy por el totalitarismo.

Schlesinger basó su propuesta de una democracia débil en la idea de que una vida política popular y significativa es algo totalmente ilusorio, ya que las masas totalitarias están sumidas en una profunda apatía política similar al trance que él llamaba "colectivismo burocrático". Por lo tanto, afirmaba, "nosotros" debemos darle a las masas solitarias un sentido de función humana individual alejada de la política, consagrando la separación entre quienes hacen vida política y el resto de la gran masa social. El libro de Schlesinger consagró un nuevo tipo de pesimismo sobre la naturaleza humana, que permitía excluir del debate a todos quienes simpatizaran con el comunismo.

El Congreso por la Libertad Cultural

En 1950 se constituyó en Berlín el Congreso por la Libertad Cultural a fin de propiciar la organización y darle aliento a la izquierda anticomunista en Europa. Su principal organizador fue Melvin Lasky, quien se hizo cargo de asegurar los fondos de la CIA para el grupo inicial en Berlín y más tarde para el propio Congreso. El propósito de declarado de esta organización era combatir la idea de que escritores respetados y serios pudiesen ser neutrales en la Guerra Fría. James Burnham, Sidney Hook y Arthur Koestler, todos ex izquierdistas, tomaron la delantera al expresar abiertamente su toma de partido a favor de Occidente.

Los sovietólogos estadounidenses

Después de 1945, se desarrollaron en las universidades de Columbia, Harvard, UC Berkeley y Washington, otros tantos departamentos de "Estudios Rusos" financiados por las fundaciones Ford, Carnegie y Rockefeller. En programas de colaboración tanto abiertos como secretos, estas fundaciones y universidades unieron sus fuerzas con la CIA, el FBI y el Departamento de Estado para desarrollar Estudios Soviéticos en los que quedara estrictamente excluido cualquier elemento pro-soviético.

Por esa época Carl Friedrich -profesor de gobierno en Harvard- organizó una conferencia sobre el totalitarismo en la que participaron Adam Ulam, Erik Erikson, David Riesman y ex radicales como Bertram Wolfe. Después de la conferencia, Friedrich reclutó como colaborador a Zbigniew Brzezinski, un sovietólogo del departamento de gobierno de Harvard. Uno de los frutos de su colaboración fue un libro titulado Dictadura totalitaria y autocracia (1956), un examen minucioso de la política y la economía nazis y soviéticas que por un tiempo constituyó el texto más influyente y autorizado sobre el totalitarismo que jamás se hubiera escrito. El concepto de totalitarismo que brotó de estas iniciativas también se convirtió en un elemento básico de los libros de texto universitarios y, a veces, de los libros para estudiantes de secundaria. Sin embargo, en la década de 1960 tuvo lugar en el mundo académico una rebelión contra ese modelo de totalitarismo.

EL TOTALITARISMO EN LA DÉCADA DE 1960

La marea empezó a cambiar en 1960, cuando el politólogo Robert Tucker señaló tres problemas con el modelo totalitario:

Hasta entonces los politólogos se habían contentado con comparar dictaduras con otras dictaduras, mientras trataban a los sistemas capitalistas industriales como si pertenecieran a una especie diferente. Pero el politólogo Jerry Hough desafió abiertamente ese modelo, utilizando un método que llamó "pluralismo institucional", consistente en analizar funcionalmente las sociedades comunistas dando la espalda a la ideología de la Guerra Fría. Hough se preguntó qué tienen en común las sociedades comunistas y las capitalistas industriales en términos de su gestión burocrática.

En su libro How the Soviet Union is Governed (Cómo se gobierna la Unión Soviética), el especialista en política comparada Fainsod condensó esa oleada de críticas a los sovietólogos estadounidenses, al afirmar que "el estudio del comunismo se ha impregnado tanto de los valores que prevalecen en los Estados Unidos que no tenemos un conocimiento objetivo y preciso de él, sino más bien una imagen ideológicamente distorsionada. No sólo nuestras teorías, sino también los conceptos que empleamos -como el de totalitarismo- están demasiado cargados de valores".

EL TOTALITARISMO EN LA DÉCADA DE 1970

Leonard Shapiro

Entretanto, a la derecha los neoconservadores habían empezado a ponerse furiosos por lo que percibían como un reblandecimiento de las relaciones con la Unión Soviética, por parte de Nixon y Kissinger. La mayoría de los neoconservadores odiaban la política comparada de Hough, porque ofrecía una visión neutral de la Unión Soviética, presentándola como un estado similar a cualquier otro, y no como el monstruo demoníaco que ellos se imaginaban que era.

En su libro Los orígenes de la autocracia soviética, el académico británico Leonard Shapiro sostuvo que, a diferencia de lo que afirmaba Tucker, los orígenes del totalitarismo en Rusia no se remontaban a Stalin, sino a Lenin. Shapiro describió la conquista del poder por los bolcheviques como un golpe de Estado, en vez de una revolución democrática, y no creía que Trotsky o Bujarin hubiesen ofrecido una alternativa seria.

Steven Cohen, por su parte, en su biografía política de Bujarin, desafió las afirmaciones de Shapiro al afirmar que el bolchevismo podría haber evolucionado en otra dirección si Bujarin, ocupando el lugar de Trotsky, hubiese ganado la lucha por el poder contra Stalin, tras la muerte de Lenin. En cualquier caso, Cohen pensaba que independientemente de si uno se ponía del lado de Trotsky o de Bujarin, el bolchevismo y el stalinismo eran dos cosas muy diferentes. En este enfoque, las diferencias entre Bujarin y Trotsky eran mínimas en comparación con las diferencias de ambos respecto de Stalin. Si el bolchevismo y el stalinismo parecían amalgamarse, esto era culpa de los teóricos totalitarios, ya que en la práctica el partido bolchevique era más abierto y, en algunos sentidos, más democrático de lo que generalmente se había admitido. Cohen utilizó la obra de Alexander Rabinowitch Los bolcheviques llegan al poder para documentar sus argumentos.

Sheila Fitzpatrick

Más conservadora que Cohen, la politóloga Sheila Fitzpatrick no estaba interesada en salvar a Lenin de la complicidad en los crímenes de Stalin. Pensaba que la Guerra Civil había dado al nuevo régimen el bautismo de fuego que los bolcheviques querían, y afirmaba que Cohen había ignorado el efecto que el terror había tenido en la población rusa. Debido al "terror" del régimen de Stalin, los padres habían empezado a hablarle de un modo diferente a sus hijos, tal como los trabajadores y directivos hablaban ahora entre sí de manera diferente, los escritores tenían una nueva forma de escribir, y millones de personas morían.

Los neoconservadores

Con el declive de la economía estadounidense después de 1970, el reflujo del activismo de izquierda de la década de 1960 y el auge del fundamentalismo religioso a fines de la década de los 1970, los neoconservadores vieron al fin llegar su barco. Al mismo tiempo que mostraban un gran respeto por los intelectuales disidentes de Europa oriental -Havel, Kolakowsky y Solzhenitsyn-, éstos mantenían vínculos significativos con intelectuales anticomunistas de Europa occidental como Karl Bracher, Jacob Talmon y Raymond Aron. Sin embargo, no fue sino hasta la elección de Reagan que los neoconservadores, tanto dentro como fuera del gobierno, comenzaron una campaña sostenida para ejercer una influencia política directa, al punto de que lograron reintroducir el término "totalitarismo" en el vocabulario político estadounidense.

La distinción entre "autoritario" y "totalitario" como una forma de justificar el amorío con las dictaduras militares

La Unión Soviética debía ser entendida como totalitaria por razones ideológicas, pero ¿eran "totalitarios" todos los países en los que hubiese un poder centralizado, incluidos los gobiernos capitalistas? Eso dependía de la política del país en cuestión. Si el país tenía un partido leninista victorioso en el poder, entonces el país debía ser etiquetado como totalitario sin importar cuán democrático fuera su proceso político. Pero si el país tenía un ejército de derecha en el poder, sin importar cuántas características de "totalitario" tuviese, debía ser caracterizado de otra manera, por ejemplo, como "autoritario".

Jeanne Kirkpatrick tuvo un rol clave en la definición de una tipología revisada del totalitarismo. Ella acogió el modelo de Friedrich y Brzezinski, añadiéndole el énfasis de Talmon en el liberalismo totalitario. En su ensayo Dictaduras y dobles estándares, su innovación más importante fue introducir una distinción entre regímenes totalitarios y autoritarios. Su actitud hacia los regímenes no democráticos tradicionales era burkeana, lo cual significa que en su esquema los autócratas tradicionales, a diferencia de los totalitarios, dejan intactas las asignaciones existentes de riqueza, poder y estatus, tampoco alteran el sistema religioso y las tradiciones, no modifican los ritmos habituales de trabajo y ocio, ni tampoco intervienen respecto del lugar donde la gente reside, o su dinámica familiar. El régimen totalitario, por el contrario, se apoya en los recursos de la tecnología moderna para eliminar esas tradiciones. El régimen autoritario surge de una falta de desarrollo político o económico, no de los modernos sistemas de transportes y comunicaciones que poseen los totalitarios.

¿Por qué distinguir entre gobierno autoritario y totalitario? Por mucho que los neoconservadores quieran pensar el mundo político de las naciones clasificando los sistemas de gobierno en blanco y negro, la realidad de las relaciones internacionales lo hace imposible. El mundo político consiste en un espectro de formas de gobierno que van desde lo más liberal a lo más autoritario, y es inevitable que los gobiernos de países capitalistas industriales deban formar alianzas con gobiernos autoritarios, porque no tienen un control completo sobre los asuntos mundiales. Y dado que el mundo político actual requiere alianzas, ¿cómo se vería si los países capitalistas establecieran alianzas geopolíticas con países clasificados como "totalitarios"?

Así que el término "autoritario" se empezó a usar para denominar a las dictaduras de derecha que por razones de conveniencia o necesidad Estados Unidos debía apoyar. Estos regímenes debían distinguirse de los de izquierda, que peligrosos para los intereses capitalistas occidentales y por eso clasificados como totalitarios. De modo tal que cuando Estados Unidos hace alianzas con teocracias como las de Arabia Saudita o Egipto, describe a esos gobiernos como "autoritarios" aún cuando puedan tener más bien características totalitarias. Por el contrario, Venezuela será clasificada como totalitaria, aunque en la práctica tenga uno de los procesos democráticos mejor valorados del mundo.

La teoría de la modernización como propaganda para negar la creación de estados de derecha por parte de los países hegemónicos

Entre otras afirmaciones, la teoría de los sistemas-mundo sostiene que sólo existe un único sistema capitalista mundial con un núcleo, una periferia y una semi-periferia, y que estas diferencias se basan tanto en la tecnología como en el poder económico, político y militar. Además de la mano invisible del capitalismo, existe también un puño invisible: para asegurarse de que los mercados de trabajo y de tierras en los países periféricos sigan siendo baratos, los capitalistas internacionales no pueden permitirse el lujo de que en la periferia del sistema lleguen al poder gobernantes que tengan sus propias ideas sobre cómo organizar su economía. Esta es una de las razones por las que Lumumba y Gadafi fueron asesinados. Por lo tanto, los capitalistas necesitan proporcionarle armas y dinero a dictadores que les garanticen el acceso a los mercados extranjeros, que aseguren la provisión de materias primas, eviten que se formen sindicatos y asesinen a los alborotadores de izquierdas. A estos países se les llama "democracias emergentes" en el mejor de los casos, y "autoritarios" en el peor.

La teoría de la modernización es la represión y negación sistemática de la idea de que las dictaduras militares son el producto del poder opresivo internacional de los países capitalistas centrales, a fin de mantener a los países periféricos dependientes de instituciones internacionales como el Banco Mundial o el FMI. En esa teoría, los países periféricos son descritos como entidades aisladas que estarían experimentando un desarrollo interno. Siendo en realidad, en gran medida, engendros del neocolonialismo, en cambio se los describe como sociedades autoritarias premodernas que sólo necesitan exponerse a las instituciones políticas de Europa occidental para enderezarse y volar directamente hacia el camino de la democracia, camino que ya ha sido felizmente trazado por Europa occidental y los Estados Unidos.